La Tarde de los Uniformes Verde Olivo
- Rini Hernandez
- Jun 24, 2022
- 8 min read
Updated: Apr 16, 2023

La tarde del 5 de Julio de 1968 dejó grabada una huella indeleble en mi inocencia de niño de 10 años. Cursaba yo el Quinto Grado en la Escuela Primaria "Unión Internacional de Estudiantes" (UIE) sita en la Calle 4, entre 11 y 13 en el Vedado. Esa tarde, al concluir la jornada escolar, a eso de las 4.30 PM emprendí el camino de regreso a mi casa en la Calle 2 # 305, entre 13 y 15, Apartamento 41 en el Tercer Piso. Al llegar frente a mi edificio encontré un enjambre de carros patrulleros con la insignia DSE en la puerta: Departamento de Seguridad del Estado. Preguntándome qué sería aquello, comencé a subir las escaleras hacia mi casa donde a cada momento encontraba hombres uniformados que subían y bajaban las escaleras con cargas de documentos en sus manos. Cuál no sería mi asombro, cuando entendí que lo que estaba ocurriendo allí tenía que ver con mi casa, con mi papá.
Dentro de nuestro apartamento había una nube de uniformes verde olivo registrando todas nuestras pertenencias, cada closet, cada escaparate. En mi casa se guardaban muchos documentos relacionados con la Iglesia Metodista en Cuba: mi papá había servido como Secretario de la Conferencia de Autonomía, celebrada en Febrero de aquel mismo año, era Secretario de la Junta Consultiva (Concilio de Ministerios). Allí había documentos de la Fraternidad Metodista de Hombres (de la que mi papá era Presidente Nacional), sermones, estudios bíblicos, clases de Escuela Dominical, fotografías familiares, las cartas que mi papá y mi mamá se enviaban cuando eran novios, cuando mi mamá estudiaba en la Escuela Normal para Maestros en Matanzas, etc.

Muchos archivos y documentos, menos lo que ellos buscaban: algún tipo de material impreso que incriminara a mi papá de algún delito contra la Seguridad del Estado. Mientras ellos registraron por varias horas, nosotros fuimos obligados a permanecer sentados en la sala sin movernos. Al concluir el registro, se nos informó que mi papá tenía que acompañarlos y que regresaría pronto. Lo esposaron y se lo llevaron. Esa noche mi mamá y yo nos sentamos en el balcón de nuestro apartamento mirando hacia abajo, esperando que mi papá regresara. Habían dicho que regresaría pronto. Allí nos sorprendieron las primeras luces del día siguiente sin que viéramos el regreso de mi papá. Mi mamá lloraba y oraba indistintamente, y yo solo le agarraba la mano, se la acariciaba y trataba de calmarla.
Temprano en la mañana, mi mamá intentó localizar a un primo que era Coronel de la Seguridad del Estado. Su nombre era Regino Torres. Cuando después de mucho trabajo logró hablar con él y le explicó la situación, el primo le prometió que se iba a interesar.
Mi papá había sido conducido a la tristemente célebre Villa Marista.

El querido primo Regino llamó al día siguiente o a los dos días para reportar que mi papá se encontraba muy bien, en una oficina con aire acondicionado y tomando café con los oficiales. Dijo que no nos preocupáramos, que pronto lo verían. Nos engañó miserablemente. No vimos a mi papá sino hasta 45 días después, cuando nos concedieron la primera visita. La imagen de mi papá, vistiendo un traje azul (tipo jump suit) varias tallas mayor que la suya, que había perdido más de 30 libras de peso y todo el pelo en la parte superior de su cabeza, es un recuerdo que vivirá en mi mente hasta el día que parta de este mundo.
La visita se efectuó en un pequeño cuarto con dos sofás uno frente al otro. Nos advirtieron que teníamos que hablar en voz alta y evitar el contacto físico. Un oficial de la Seguridad del Estado estuvo presente todo el tiempo, de pie cerca de la puerta de acceso al local. Yo no pude abrir mi boca en ningún momento de la impresión tan horrible que tenía de estar en aquel lugar tenebroso. En un momento de la breve visita, mi mamá le dijo a mi papá que nuestro Pastor quería llevarme al Campamento de Secundarios (mi primer Campamento) que se iba a celebrar en el Seminario Evangelico de Teologia de Matanzas.

Mi mamá, quien estaba muy nerviosa, con voz temblorosa trató de que mi papá participara de la decisión de ir al Campamento, pero lo hizo en un tono de voz muy bajo, suficiente para que el oficial enojado gritara: "Terminada la visita", sin que prácticamente nos diera tiempo a despedirnos. En todo el tiempo que estuvo allí, solo pudimos verlo 1 o 2 veces.
En el año de 1960, con el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, y la declaración del "carácter socialista de la Revolución" (léase, entregarse a la Unión Soviética y adoptar el marxismo-leninismo como ideología rectora de la vida nacional), algunos jóvenes que habían estado muy activos en la lucha contra el dictador Fulgencio Batista, pero que no aceptaban que Cuba se convirtiera en un estado comunista, comenzaron a hablar acerca de cómo el Gobierno de Fidel Castro los había traicionado y a hacer planes de sublevación. Mi papá era uno de esos jóvenes y en 1961 asistió en La Habana a una reunión para organizar un grupo de oposición a la llamada revolución, con el propósito de luchar contra el régimen por medio de la resistencia pacífica. El grupo se organizó, nombraron sus lideres y cada uno se fue a su casa. La próxima reunión nunca llegó a efectuarse, puesto que dentro del grupo había un informante (dígase, "chivato") que informó del contenido y los participantes de la primera reunión a los órganos de la Seguridad del Estado. Para que conste, el nombre del soplón era "Emilio".
Mi papá comenzó a observar cómo los participantes de la reunión comenzaron a caer presos y a ser sentenciados por delitos contra la Seguridad del Estado. Avizorando lo que se le venia encima, mi papá comenzó a hacer gestiones para nuestra salida del país. Incluso se manejó la posibilidad que yo viniera a Estados Unidos antes que el resto de la familia, solo o con la Tía Carmela y su esposo Antonio Noda que ya estaban a punto de salir. Mi mamá nada sabia de la famosa reunión ni de los que comenzaban a caer presos y se negó a salir de Cuba, porque no quería separarse del resto de la familia, especialmente de mis Abuelos Toto y Edita. Y así quedaron las cosas. Recuerdo haber visto nuestros pasaportes y las solicitudes de visa para viajar a los Estados Unidos, pero nunca se llegó a concretar nada.
Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar. Entre 1965 y 1967, después de mudarnos del Cayo La Rosa (Bauta) al Vedado (La Habana), mi papá fui invitado a tener un papel muy activo en el proceso para que la Iglesia Metodista en Cuba se convirtiera en Iglesia Autónoma Afiliada, un status que significaba que terminaba su conexión administrativa con la Iglesia Metodista de la Florida, escribía su propio Libro de la Disciplina y elegía a su propio Obispo. Toda relación entre Cuba y Estados Unidos había quedado anulada desde 1960 y no existían posibilidades de comunicación o visitas entre un país y otro. Ni cartas, ni telegramas, ni viajes, ni envíos de dinero, ni llamadas por teléfono. Nada. Obviamente, esta situación precipitó nuestra necesidad de autonomía, la cual nos fue concedida en 1968. Mi papá fue uno de los escritores del primer Libro de la Disciplina en Cuba junto a los Revs. Angel Fuster, Armando Rodriguez, Pedro Mayor, Eloisa Toledo y José Garrido Catalá; y los laicos Nize Fernández, José Porbén, Manuel Sardiñas Duarte y Generoso Pérez, entre otros. En Febrero de 1968 se celebró la Conferencia de la Autonomía, que elegió como a su Primer Obispo al Rev. Armando A. Rodriguez Borges, quien ejerciera dicha responsabilidad por 22 años (1968-1990)

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En medio de la vorágine de la recién alcanzada autonomía y la organización estructural de la naciente Iglesia Metodista en Cuba (proceso en el cual mi padre tuvo una muy activa participación), el infame Departamento de Seguridad del Estado decidió "desengavetar" el expediente de 1961 y sacar a mi papá de circulación. Mi papá estuvo en Villa Marista bajo interrogatorio por más de dos meses antes de ser llevado a juicio. Durante el primer día de interrogatorios se habló de la reunión del grupo de oposición de 1961. Ellos tenían fotos de los participantes entrando y saliendo de la casa donde se reunieron, de manera que no había nada que ocultar. Pero por 44 días mi papá fue sometido a diferentes tipos de tortura física y psicológica: desde tenerlo por horas en una habitación muy caliente en la que de pronto ponían el aire acondicionado de tal manera que la temperatura bajaba tanto que mi papá tiritaba de frío, y de nuevo lo bajaban hasta que la habitación se ponía bien caliente. O le hacían perder la noción del tiempo para confundirlo mentalmente. Lo llamaban a interrogatorio lo mismo a las 3 AM que a las 12 del día, que a las 6 de la tarde. Y todo aquello, para qué? Para que mi papá accediera a trabajar como informante de la Seguridad del Estado revelando todos los movimientos y conversaciones del Obispo Armando Rodríguez. Cuarenta y cuatro días de interrogatorio y presiones. Pero mi papá no cedió. Por lo tanto, fue instruido de cargos por "delitos contra la Seguridad del Estado", trasladado a la Fortaleza de La Cabaña, donde se le celebró juicio y se le condenó a seis años de privación de libertad con internamiento. Oficialmente, mi papá fue un preso político. Nosotros sabemos que fue un preso de conciencia por negarse a colaborar con el régimen.

Mi papá estuvo preso en Villa Marista, en La Cabaña, luego trasladado a la Prisión de Agüica (Perico, Matanzas), Cuba Libre (Jovellanos, Matanzas) y Güines (entonces Provincia de La Habana). En la cárcel, mi papá dirigió cultos, grupos de estudios bíblicos y de oración, sin la posibilidad de tener Biblias.
Mi mamá pasó por una crisis nerviosa muy fuerte debido a la prisión de mi papá. Siendo muy pequeños, mis hermanos pasaron el trauma de visitar a mi papá en la prisión, sin tener edad todavía para comprender lo que estaba ocurriendo. Mi hermano Alberto tenía 4 ańos y mi hermano Javier uno y medio, el día que mi papá salió de la casa.
Dios nos forjó como familia en medio de ese horno de fuego. Vivíamos de las ofrendas de amor que nuestros hermanos y hermanas nos enviaban desde diferentes puntos de la isla, especialmente nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias Metodistas de La Habana.
Doy gracias a Dios por una hermana muy anciana de la Iglesia Metodista del Vedado, Kate Meyer. Ella era una refugiada alemana en Cuba, sobreviviente de los campos de concentración nazis. Ella como nadie podía comprender la dimensión de la tragedia y horror de una familia que tiene a un ser querido en un campo de internamiento, sin razón alguna para ello. Todos los lunes, Kate Meyer llegaba a nuestra casa, con su español imperfecto pero con un corazón lleno de amor: ponía en nuestras manos caramelos (que eran un articulo de lujo en la Cuba de 1968), y gentilmente abría la mano de mi mamá para dejarle una ofrenda que habían recogido el domingo en su iglesia para nosotros.
Mucho fue nuestro sufrimiento como familia, pero también mucho fue el aprendizaje, un aprendizaje que nos ha servido para el resto de nuestras vidas.
Cosas que yo aprendí:
(1) Los principios no se negocian. La fidelidad a Cristo y a su Iglesia son valores no negociables para los seguidores de Jesucristo.
(2) Después de nuestra fe, nada hay más importante que la familia. Cuando mi papá cayó preso, personas incluso de nuestra familia de sangre cortaron su comunicación con nosotros. Pero nuestra familia de la fe nunca nos faltó. Y nosotros como núcleo familiar crecimos en nuestro amor y apoyo de los unos para con los otros.
(3) En toda prueba, "somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó." Pasamos por el fuego y no nos quemamos. Pasamos por las aguas y no nos anegaron. Dios nunca nos faltó.
(4) Para mi fue un entrenamiento de lo que 12 años después yo tendría que sufrir en mi propia carne como precio por mi fidelidad a Cristo. Todas las lecciones de vida que mi papá me dio, me sirvieron de mucho para pasar mi propia prueba.
(5) Los cristianos no negociamos con los comunistas. Recuerdo que mi papá me enseñó tres reglas para tratar con los comunistas: 1) No les creas nada; 2) No les aceptes nada de lo que te ofrezcan; y 3) No les tengas miedo. Los cristianos ni renunciamos a Cristo, ni entregamos a nuestros hermanos en manos de los comunistas. No colaboramos. No nos hacemos cómplices de la injusticia y la perversión de la dictadura, aunque en ello nos vaya la vida.
Sí. Recuerdo muy bien aquella tarde de los uniformes verde olivo por toda mi casa. Pero ellos no pudieron doblegarnos. Y por esa causa, yo sé que algún día, Dios nos dará nuestras vestiduras blancas, y nos dirá: "Buen siervo fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: ENTRA EN EL GOZO DE TU SEÑOR."
Los comunistas se ensañan contra las personas honradas. Los delincuentes no son una preocupación para ellos, porque forman parte de su misma categoría, además los delincuentes no interfieren en sus propósitos de robar al que trabaja, empobrecer y destruir una nación. Lo más triste es que nada ha cambiado. Las cárceles cubanas están llenas de personas de bien, con penas que solo se dan a asesinos en serie, incluso hay niños en esa situación. Nadie les pone freno a tanta maldad. Solo Dios puede ponerle fin a tanta ignominia, pero el pueblo de Cuba sigue aferrado al ocultismo. Tratan de vencer al enemigo con la misma arma que este usa contra ellos, en lugar buscar a Dios que es …
I N C R E I B L E !!!
Gracias a Dios que les sostuvo y fortaleció en cada etapa que tuvieron que lidiar con el comunismo.